Enrique Hernández-Pérez
Director, Centro de Dermatología y Cirugía CDCC, San Salvador, El Salvador.
Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino, se hace camino al andar…
Antonio Machado
La repentina partida de la Dra. Yolanda Ortiz, nuestra querida maestra y amiga Yolan, nos ha dejado un inmenso vacío, muy difícil de llenar. Yolan cumplió un periplo complicado y sembrado de múltiples escollos, los cuales pudo sortear limpiamente y sin rastros de encono. Cumplió a plenitud lo que los filósofos orientales conocen como el tao o viaje de la vida. Limpiamente, sin rencores ni falsa modestia. Fue, en el más amplio sentido, una persona honesta y absolutamente sin doblez de ningún tipo.
Orígenes
Yolanda Ortiz nació en la colonia Guerrero de la capital de México, en una familia muy humilde y estaba muy orgullosa por ello. No sólo no quiso ocultarlo nunca, sino lo contaba con satisfacción. Su padre fue funcionario de Ferrocarriles de México y se esforzó duramente para dar una buena educación a sus hijos y sostener dignamente a su familia. Yolan supo corresponderle con creces. Sacó sus estudios iniciales en escuelas públicas y luego tomó la atinada decisión de convertirse en médico, estudiando para ello en la antigua Facultad de Medicina. Yolan se emocionaba cuando ocasionalmente pasábamos frente al majestuoso y señorial edificio, reflejo de épocas pasadas, y aprovechaba para narrarnos anécdotas de hechos acaecidos cuando estudiaba allí, así como de su admiración por los grandes maestros de la época. Nos comentaba de sus largas caminatas a pie en una ciudad sumamente tranquila. Sus estudios universitarios fueron muy difíciles dada la precaria situación económica, todo lo cual nos lo narraba sin ningún asomo de acritud.
Mi amistad con Yolan
Conocí a la Dra. Ortiz en 1965, cuando inicié mi residencia en Dermatología en el Centro Pascua de Garciadiego. Era el antiguo, un edificio muy pequeño y los residentes éramos muy pocos, pero los profesores eran magníficos. La trilogía especial la constituían el Maestro Fernando Latapí como director, Amado Saúl como jefe de Enseñanza, apenas unos años mayor que nosotros y, por supuesto, una muy joven y agraciada Yolan, aún sin poseer formalmente el título de profesora, pero a quien ya desde esa época admirábamos intensamente por sus conocimientos en Dermatología y la pulcritud de sus conocimientos bibliográficos. Ella sabía exactamente cuándo, en qué revista, quién había sido el autor de los artículos necesarios para la revisión que necesitábamos y hasta en qué estante de la biblioteca estaba archivado.
Resumiéndolo en una forma muy sintética: del Maestro Latapí aprendimos la honestidad extrema; de Amado Saúl, el afán por buscar la exactitud en el diagnóstico, así como la forma de preparar un artículo científico; de Yolan, la inquietud por llegar hasta el fin de la investigación bibliográfica, pero, sobre todo, la convicción al plantear una hipótesis y no darla por cierta hasta su confirmación definitiva.
El Centro Pascua de aquel entonces era eminentemente clínico. Ni siquiera nos permitían hacer biopsias por punción. Si el caso lo requería, aunque fuera una pequeña lesión en la cara de una joven, se nos exigía que la hiciéramos grande y con bisturí. “Tienen que aprender a ser sanguinarios” era la frase de nuestra profesora en Dermatopatología. Cuando tiempo después, gracias a una solicitud del Maestro Latapí realicé un entrenamiento en el pabellón de Cirugía Plástica del Hospital General, Yolan me llamaba para que le hiciera sus biopsias o pequeñas extirpaciones de tumores. Siento que eso contribuyó a cimentar nuestra amistad.
Su pasión por la enseñanza
Para Yolan la enseñanza constituyó una verdadera obsesión. Todo lo centraba en torno a la docencia. Su afán también abarcaba el pasar inmediatamente a otros cualquier conocimiento interesante que acabara de adquirir.
Cuando llegó a los 80 años de edad cerró su consultorio y se retiró formalmente de los hospitales, pero continuó participando en congresos y enseñando lo que se convirtió en su más reciente interés: la cosmética médica; en este último campo se convirtió en una auténtica experta en dermoabrasiones químicas, insistiendo en lo que constituyó su máxima preocupación: las complicaciones y la manera de prevenirlas. Echando mano de sus dotes didácticas, se distinguió en explicar en forma muy clara, paso a paso, lo que dio en llamar los “protocolos” para lograr buenos resultados con los menores riesgos posibles.
La tía Yolan y su familia de San Salvador
Era tal nuestra amistad y cariño para Yolan, que cuando mis dos hijos optaron por seguir mi especialidad, ella se convirtió inmediatamente en legítima parte de mi familia. Mis hijos la llamaban “tía Yolan” de forma espontánea y ella se convirtió en su asesora en asuntos médicos y sentimentales. Y como ellos se interesaron particularmente por la cirugía dermatológica y la cosmética médica, Yolan lo aprovechó como un estímulo para su interés en estas materias.
Cuando mis hijos se trasladaron a México a seguir sus estudios, Yolan los acogió bajo su protección, convirtiéndose en un ángel guardián para mi familia.
La polifacética maestra Yolan
Muchas personas intentan sobresalir en diferentes facetas de la vida y a veces lo logran. Yolan fue un caso especial. Todo lo que intentó lo realizó con maestría. Además, sin proponérselo, se ganó el cariño y la admiración de quienes fuimos sus alumnos.
Yolan fue docente universitaria, experta en clínica dermatológica y dermatología cosmética, miembro de múltiples asociaciones médicas (con participación activa en sus mesas directivas), historiadora, escritora y asesora de múltiples artículos científicos, colaboradora en libros de la especialidad… en suma, una mujer sumamente culta, en el más amplio sentido de la palabra. Pero, eso sí, haciéndose eco de las palabras del Maestro Latapí: “sin pretensiones ni falsa modestia”.
A fines del decenio de 1970 el interés del mundo médico se volcó hacia el estudio de una nueva enfermedad que afectaba principalmente a los homosexuales. Yolan profundizó en el estudio del SIDA y se convirtió en una experta; ella escribió el capítulo de ETS, incluyendo SIDA, en la última edición de mi libro “Clínica Dermatológica” en 2012 y lo hizo en forma muy prolija.
Para llevar a cabo con excelencia su trabajo como Directora del Hospital de Zoquiapan, la Dra. Ortiz realizó primero una Maestría en Salud Pública y Administración de Hospitales.
El Congreso Mundial de Dermatología se celebró en México en 1978; Amado Saúl y Yolanda Ortiz formaron parte de la Junta Directiva del evento y su papel fue brillante. Yolan trabajó especialmente en la elaboración de las memorias, lo cual hizo, como siempre, de forma brillante.
La Revista Mexicana de Dermatología, la revista amarilla por muchos años, nació y creció en su primera época, bajo la dirección, otra vez, de Amado Saúl y Yolan Ortiz. El Maestro Latapí, como su director general, impuso una serie de normas muy difíciles de seguir fielmente. Entre ellas, la negativa a recibir pago por publicidad de la industria farmacéutica. Mantenerse en el medio, en una especie de cuesta muy resbaladiza, fue una obra maestra de diplomacia de Saúl y Yolan. Pero la revista creció y floreció en magnífica forma, sin enfrentamientos directos con el Maestro y sin descuidar la calidad y honestidad de la revista.
Cuando nos encontrábamos con Yolan, ya sabíamos el mejor regalo que podíamos intercambiar: libros, especialmente sobre historia. La Maestra sabía que yo apreciaba especialmente lo relacionado con la fascinante historia de México.
Pero en todo siempre tenía algo que aportar. Cierta tarde, durante la comida en un congreso médico, nos acompañó mi nieto mayor, un joven inquieto y muy inteligente. Él estaba sorprendido con la comida de escamoles y saltamontes. Inquieto como era, se interesó mucho en el tipo de insectos de que se trataba. Yolan inmediatamente le dio una explicación detallada sobre ello, incluyendo nombres científicos y la forma de atraparlos. Más aún, se comprometió a enviarle un libro completo sobre el tema. Y lo cumplió.
Yolan era experta, además, en música mexicana, especialmente yucateca. Y cuando nos veíamos, frecuentemente nos reuníamos en uno de sus restaurantes yucatecos favoritos, donde escuchábamos música típica. Ella nos fascinaba con sus conocimientos de canciones y compositores. Para todo tenía tiempo.
En 1989 tuve alto honor de ser elegido Presidente del CILAD. Obviamente, la primera persona en quien pensé para ser mi vicepresidenta fue Yolan Ortiz. Y, sin ninguna duda, sus comentarios y asesoría fueron vitales para trazar felizmente el camino del Colegio. Ello complementó, sumado a las orientaciones de los demás vicepresidentes, la continuidad y el buen desenvolvimiento de nuestro CILAD (Figuras 1 y 2).
EPÍLOGO
La Maestra Yolan vivió para los demás y su legado se perpetuará en sus múltiples alumnos. Su labor como organizadora fue particularmente apreciada. Su última casa en las calles de Uxmal estaba llena de libros y recuerdos.
Nos deja precisamente desde Uxmal, nombre de la ciudad sagrada de los mayas. No me extrañaría que ahora que está en el lugar del reposo, de la luz y de la paz, Yolan esté organizando esos archivos, que deben ser muy grandes, con el ímpetu que siempre la caracterizó.
Muchas gracias, Maestra Yolan.