Of viruses, coronaviruses and imagination.
Dermatol Rev Mex. 2020 mayo-junio;64(3):235-237.
Alexandro Bonifaz
Departamento de Dermatología, Hospital General de México Eduardo Liceaga, Ciudad de México.
Ocurra lo que ocurra, aún en los días más borrascosos,
las horas y el tiempo pasan.
W Shakespeare
He de ufanarme que mi bachillerato (secundaria y preparatoria) fue realmente especial, no sólo por el magnífico edificio donde estudiamos, anterior convento hecho de piedra y de grandes pasillos, enormes salones de techos intocables y pegado a la Iglesia Grande de mi pueblo, sino también por la pléyade de personajes que tuvimos como maestros; recién he leído la historia de la Escuela Nacional Preparatoria (San Ildefonso) y que, guardando prudente distancia, podría ser algo así como en pequeño. Por ahí desfilaron los individuos más preparados de Comitán, los eruditos, los científicos, líderes natos, deportistas connotados, los librepensadores. Realmente fue una época de la que varias de las generaciones de las que provenimos nos sentimos muy orgullosos y está dentro de nuestros mejores pensamientos de nuestra adolescencia y despertar de la adultez. A inicios de mi primer año de secundaria y aunque fue por un breve periodo, conocí y me dio algunas clases el Maestro Don Bernardo Villatoro, un personaje siempre vestido pulcramente, aunque las clases que impartía eran sólo sobre civismo, en realidad era de uno de esos filósofos natos, de pensamientos diáfanos y premonitorios, hablaba con un seseo muy particular, similar a un español sin que lo fuera, sin que lo imitara o como las personas que van a España y regresan hablando como ellos pero con francos errores de ortografía; en esos días un par de frases filosóficas retumbaban en mis pensamientos: “pronto vendrá una invasión amarilla, que nadie detendrá” y ahora veo cómo el mundo oriental ha tomado el gobierno del mundo, no sólo por la cantidad, sino por la invasión tecnológica. La segunda de las frases que es la que me concierne y constantemente repetía es: “…entre los hippies y los viruses nos vamos a morir”, la primera pronunciada como “i” y la segunda lo que sería el plural de virus, y no como un anglicismo; esta expresión siempre ha cabalgado dentro de mi cabeza por años; los hippies o correctamente aceptada por la Real Academia Española como jipis, sí, ese movimiento contracultural que nos trajo una serie de libertades y aperturas y que, sin duda, fue el inicio de la libertad sexual en todo su esplendor y el origen de la gran transmisión de enfermedades sexuales, como la sífilis, el VIH-SIDA (virus de la inmunodeficiencia humana) y el VPH (virus del papiloma humano).
De lo referente a los “viruses”, justo los últimos dos mencionados son un reflejo de eso y ahora hicieron aparición los virus de la familia Orthocoronavirinae (comúnmente llamados Coronavirus), que son tan viejos como el mismo mundo (3330 aC), aunque su aparición como enfermedades fue en el decenio de 1960 y ahora han tendido a dar varios ensayos hasta la epidemia actual. Sigo considerando que las palabras del Maestro Villatoro eran tan sabias como premonitorias.
Mucha tinta se gastará sobre los diversos tipos de cómo ver esta infección por Coronavirus, una infección que tiene al mundo de cabeza y demostrándole qué tan minúsculos somos, pero, sin duda, lo que más temor da es el sigilo, el desconocimiento y lo silencioso de su transmisión. Yo sólo quiero nuevamente relacionarlo con mi infancia, sin duda, los dos libros que más me atraparon fueron Las aventuras de Tom Sawyer (M Twain) y Los viajes de Gulliver (J Swift) y es justo de este último del que quiero llamar la atención, quizá recuerden que se narraron en primera persona donde curiosamente el nombre de Gulliver se cita sólo una vez; casualmente el personaje era un cirujano que poco a poco fue cambiando hasta hacerse un capitán de barcos. En el libro 2, cuando la aventura se sitúa en el imaginario país de Brobdingnag, supuestamente localizado en América del Norte, habiendo cruzado los mares, el espíritu de navegante era de magnificencia y superioridad, hasta que llegó a ese país, donde su tamaño era tan ínfimo, él comentaba que era vivir en un país de elefantes, afortunadamente civilizados y pacíficos; esto me gusta porque uno no sabe su real dimensión hasta que realmente se compara con todo.
¿Algún día avizoramos esta pandemia que recorrería tan rápido el mundo? Lo pienso como uno de esos corceles veloces del Apocalipsis. Será realmente eso, ¡sin duda no!, cuando todo esto cambie no creo que ni 0.01% de la población haya muerto, pero, sin duda, el daño será incalculable, más por efectos colaterales que por los directos. Sin embargo, y regresando a mi imborrable libro de Gulliver, la parte que más me fascina es justo el primer viaje, cuando zarpa osadamente en su nave El Antílope hacia el imaginario país de Liliput (en la ilusoria región de Tasmania), sin duda es la parte que la mayoría que leímos este cuento recordamos: al gran Gulliver, el gigante hombre tirado en una playa atrapado por miles de liliputienses con sus pequeñas cuerdas con el diámetro de un pelo, pero que haciendo miles eran irrompibles. Sí, ahora el escenario es diferente, de cómo miles de diminutos seres (virus) pueden doblegar al gran gigante, al gran ser, al hombre.
Sin duda, la humanidad y sus descubrimientos se han vuelto desmesurados en muchos aspectos y no logramos ver que pequeños seres como los virus nos pueden ocupar e inefablemente irán invadiendo todo el sistema respiratorio, hasta literalmente ahogarnos. Son ahora esos miles de liliputienses ínfimos, invisibles, los que nos atrapan como lo hicieron con el gran Gulliver. Como toda crisis nos mostrará como en un aparador ambos mundos de la balanza, la entrega y ayuda desmedida, así como las mayores mezquindades, por eso habría que releer Los Miserables de Víctor Hugo, ya todo está escrito, hoy sólo vuelve a salir a la luz.
Lo que me asusta es escuchar las teorías conspiradoras de investigadores que crearon al virus. ¿Quién tiene esa enorme capacidad de superar a la naturaleza y sus miles de años de ensayo?, ésa sí es imaginación que supera la creatividad de Jonathan Swift.
Les dejo uno de los más recientes mensajes de Paty Chang –personaje que quiero y que con cotidianidad me escribe, y lo hace con y sin crisis– de la respetable filosofía hindú que me ha convencido por lo que estamos viviendo ahora: Toda crisis tiene tres cosas: una solución, una fecha de caducidad y una enseñanza para la vida.