Dr. Amado Saúl
Dermatol Rev Mex. 2019 mayo-junio;63(3):355-358.
Oscar Tincopa-Wong
* Este texto fue publicado en la revista de la Sociedad Peruana de Dermatología: Dermatología Peruana (In memoria del Dr. Amado Saúl Cano. Dermatol Peru 2015;25[3]:180-182).
A cuatro años de distancia del fallecimiento del Maestro Amado Saúl, nos hace llegar este emotivo obituario uno de sus alumnos radicado en Perú, como homenaje a su gran calidad humana y sus valiosas enseñanzas.
Van a ser casi dos meses que falleció Don Amado Saúl Cano, fue la noche del 19 de marzo del 2015. Para muchos, fue, es y seguirá siendo una figura indiscutible de la dermatología iberolatinoamericana (CILAD, 2008), y mucho más en su suelo que lo vio nacer, México.
Nació en la Ciudad de México, el 1 de enero de 1931; sus estudios profesionales los hizo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) desde 1948 a 1954. Realizó su internado médico en el Hospital de la Mujer y su servicio social en Chicayán, en la huasteca veracruzana. Se recibió como médico cirujano el 25 de junio de 1954 con la tesis titulada “Tratamiento de la sífilis reciente con penicilina”.
Su formación como dermatólogo fue tutelar en dos instituciones emblemáticas de la dermatología mexicana, el Hospital General de México de la SSA y en el Centro Dermatológico Dr. Ladislao de la Pascua, desde 1956 a 1960. Ambas sedes han sido y son a la fecha fuente de formación de dermatólogos; ahora ya de manera escolarizada, con el aval de la UNAM y de la Secretaría de Salud. Pero, es en la primera de las mencionadas donde establece una relación amical con la Dra. Josefa Novales Santa Coloma y es ella quien le recomienda contactarse con Don Fernando Latapí Contreras, quien lo forja, tanto académica, científica y filosóficamente en el quehacer dermatológico, al mismo tiempo que se inicia una estrecha y prolongada amistad con él.
Pero no sólo fue Don Fernando Latapí quien lo forja; sino que tuvo, además, apoyo de Doña Obdulia Rodríguez Rodríguez, Don Pedro Lavalle Aguilar y la misma Doña Josefa Novales Santa Coloma; quienes se constituyeron en sus profesores. Mas fue Don Fernando Latapí con el que adquirió sapiencia grande en el campo de la lepra, uno de sus intereses muy bien consolidado.
Su hoja de vida está jalonada por su gran espíritu docente, tanto en el pregrado como en el posgrado, era un convencido de enseñar lo mejor posible el ABC de la dermatología, es decir, aprender a reconocer las lesiones elementales de la piel que para él era el lenguaje de comunicación correctamente entre dermatólogos, así mismo, era muy crítico con la escuela anglosajona de dermatología sobre este particular, debido a que su discriminación de una lesión con otra no era lo suficientemente clara. Este trajinar por el mundo de la enseñanza la inicia desde que abre la especialidad de dermatología en México. Fue profesor de la UNAM entre 1960 hasta el 2010 y del Instituto Politécnico Nacional desde 1978 a 2010. Fue profesor de posgrado en dermatología en la UNAM (1978-2004), también profesor asociado de cursos de educación médica continua de la Universidad La Salle, además de ser docente de más de 50 cursos monográficos realizados en la Ciudad de México y en el interior de su país. Era de los pocos que no se negaba cuando el objetivo de estas actividades tenía como finalidad la docencia para el médico general.
Durante su fructífera y prolongada carrera como dermatólogo, ocupó cargos diferentes, recibió la posta de la Jefatura del Servicio de Dermatología del Hospital General de México, pabellón 109, de manos del Dr. Fernando Latapí, al concursar por oposición, que lo ejercía durante el día, por las tardes era el Director Académico del Centro Dermatológico Dr. Ladislao de la Pascua. En sus largos 60 años en la especialidad, escribió como autor y coautor más de 300 artículos en revistas de habla hispana y en inglés en temas de lepra, micología, dermatología, y por 35 años fue editor de la revista Dermatología Revista Mexicana; fue coautor de muchos capítulos en diversos libros. Participó muy activamente en sociedades médicas, como la Sociedad Mexicana de Dermatología, la Asociación Mexicana de Acción contra la Lepra AC y tantas otras de su país natal; fue miembro correspondiente y honorario de muchas sociedades extranjeras. Uno de sus hijos predilectos fue su libro Lecciones de Dermatología, del que se han realizado 16 ediciones, texto de dermatología orientado para el alumno de medicina, para el médico general y para los que se iniciaban en la especialidad y en la que estaba escrita su experiencia, acentuando en el ABC de la dermatología y, como decía Don Fernando Latapí: “Saúl es un dermatólogo hecho en México”.
A pesar de su excelente actitud como docente en la especialidad de dermatología, brilló mucho más por su calidad como ser humano, algo que hizo de su vida un ejemplo a seguir para los que tuvieron la oportunidad de conocerlo y departir con él de su sapiencia, momentos que permitió comprobar su gran sencillez, su lacerante modestia, suma honestidad y humildad, además de su austeridad, algo que uno podía ver de primera mano. Tuve la feliz oportunidad de conocerlo de cerca cuando desarrollaba un posgrado en el Centro Dermatológico Dr. Ladislao de la Pascua como becario integral y pude constatar estos rasgos descritos. Su sinceridad cuando departía en sus clases era de una franqueza muy directa, nunca se burlaba o se expresaba con ironía, sencillamente escuchaba y si hallaba un error que en su concepto se expresaba, al terminar la disertación, lo corregía y pasaba a dar el sustento de sus razones. Algo que en lo personal me tocó vivir en una ocasión, quizás la única, pues estaba en una de sus clases coloquiales en las tardes y era el único peruano y con formación en la especialidad, y me solicitó describiera las lesiones de un paciente problema, hice la descripción al detalle pero seguía el estilo de los libros de habla inglesa (Rook y Fitzpatrick), mencioné pápula, nódulo y tumor para referirme a las lesiones de una dermatosis compatible con un cáncer de piel y es en ese momento en que finalizaba mi descripción, cuando me dijo: “pápula no es lo mismo que nódulo y mucho menos que tumor, las dos primeras son resolutivas, la última es una neoformación y no se clasifica como una lesión elemental primaria o secundaria”, y luego pasó a dar las razones. Pasé un bochorno, pero me di cuenta que estaba en un error, reconocí que no era sólida mi formación en semiología cutánea.
Asimismo, era un gran estimulador en el aprendizaje de lo nuevo, por lo que me quedó en la memoria como una experiencia muy positiva, aquel curso de inmunología cutánea que desarrollamos todos los alumnos de posgrado, a base de seminarios y diálogos coloquiales entre Don Amado Saúl y nosotros los alumnos… Y, para muchos de los que lo conocimos, constatamos esa naturaleza de él, que además era polifacética, siendo un hombre de ciencia, era poseedor de una cultura vasta. Pues era un eximio guitarrista, amante de la ópera, políglota, compositor prolífico con más de 200 canciones, viajero impenitente, tanto que tuvimos la suerte de tenerlo como invitado a uno de nuestros congresos nacionales de la Sociedad Peruana de Dermatología en Lima. Inclusive, decía una frase que lo pintaba de cuerpo entero con lo que predicaba “El médico que sólo sabe medicina, ni medicina sabe”, un ser que jamás se sintió superior a nadie, por el hecho de que iba a un congreso importante no se sentía la figura científica a rendir pleitesía, era muy poco dado a las loas, nunca consideró que su palabra era lo concluyente. Tanto que, en su texto, escribe una frase que es señera para los dermatólogos en México “…sin esperanza de premios ni honores”. Con su inteligencia y gran sentido común, tuvo la sapiencia de retirarse a tiempo, dejando la responsabilidad del Servicio de Dermatología del Hospital General de México a sus alumnos y colaboradores que continúan su obra. Pero fueron aquellos alumnos quienes le solicitaron sea consultor técnico, algo que lo hizo hasta antes de su muerte.
Los hombres como Don Amado Saúl no buscan lo material sino lo espiritual, conocedor profundo que son las ideas que cambian al mundo. Y la vida sabe elegir el momento del fin, es así, según sus palabras expresadas a un amigo la semana previa a su deceso: “tengo derrame pleural e insuficiencia renal al límite”. Con su ida deja un vacío que no es posible llenar, ya que la dermatología mexicana como la Iberolatinoamericana pierden a uno de sus íconos más representativos, siempre habló como un latinoamericano, haciendo conocer nuestra patología por doquier, para que lo propio de nuestros países desde México a la Patagonia sea muy tenido en cuenta, acentuando en sus rasgos propios, sin tomar la imagen o descripciones en lengua inglesa…
Un latinoamericano en el sentido lato de la palabra.
Termino diciendo: Don Amado Saúl, los dermatólogos latinoamericanos sólo tenemos palabras de profunda gratitud y que Dios lo tenga a su diestra, gozando de la paz por siempre.
“Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna manera el Maestro continúa viviendo en aquellos ojos que aprendieron a ver el mundo a través de la magia de sus palabras. De esta manera el Maestro no muere jamás”
Sociedad Mexicana de Dermatología