Al final del año lectivo de las especialidades médicas aún muchos residentes se reciben con diversos proyectos de tesis, éste ha sido un buen ejercicio, no sólo para hacer una investigación, sino que para que el propio estudiante escriba algo, hay ocasiones que es lo primero que están redactando para dejarlo impreso, leíble.
Es muy normal que los residentes, en especial los más los cercanos a uno, nos dediquen sus trabajos, aunque no hayamos sido partícipes de éstos, sólo con el afán del agradecimiento; justo de una de las tesis recién entregadas me di cuenta que la dedicatoria no sólo era extensa, sino que se dividía en dos partes, la primera con un concepto muy universal, que podría encajar en lo que piensan muchos residentes, y la segunda muy personal. Así que pregunté si era posible poner esos conceptos como un editorial, porque éstos bien representan la voz y el sentir de quienes recientemente salieron de la especialidad.
Alexandro Bonifaz
El sentir de un residente
Adriana Barbosa-Zamora
The feeling of a resident.
Dermatol Rev Mex 2017 mayo;61(3):177-178.
Residente de Dermatooncología y Cirugía Dermatológica, Hospital General de México Dr. Eduardo Liceaga, Ciudad de México.
¡Hoy es momento de tomar nuestras maletas y volver! El sueño de convertirnos en dermatólogos concluyó.
No es ningún secreto que el tiempo no se detiene, el tiempo es el tiempo, siempre ha estado ahí, no tiene principio, ni fin. Sin embargo, para los proyectos que ocurren a lo largo de nuestra vida, incluso ella misma, sí los tiene.
Es este proyecto, el de formarnos como dermatólogos, el que hoy llega a su fin.
Será, quizá, una etapa de nuestras vidas que con el paso del tiempo tendrá menos precisión en nuestros recuerdos, pero conservará el mismo sentimiento.
Aquel que sólo somos capaces de desarrollar los que a diario desciframos el lenguaje de la piel, que se manifiesta con sus colores, formas y relieves, a veces de forma clara y a veces de forma tan caprichosa, los que reconocemos el valor de ese guardián de 4 mil gramos que nos separa del mundo y al mismo tiempo nos acerca a él y a los demás, a través de la exquisitez de nada como el viento y de todo como un beso.
La que nos presenta y nos diferencia, nuestra cómplice de vida que delata nuestras vivencias con sus arrugas y cicatrices.
Esa piel, de la que a veces se es poco consciente y se valora como un tesoro cuando está enferma.
La que nos ha conectado con nuestros enfermos en un vínculo piel-corazón. Que nos ha llevado más de una vez al desvelo, buscando la causa de su mal o ha demandado nuestra presencia junto a la cama de un paciente, que aunque sabiéndolo todo, nos ha ganado la batalla.
Esa piel que ha sido generosa y se ha mostrado polifacética, para que lleguemos a conocerla y podamos reconocerla en otro cuerpo, en otro tiempo.
La que tal vez un día fue sana y hoy llora eritematosa o la que se ha liquenificado por los golpes de la vida misma.
Esa piel, la de los sanos, la de los enfermos, nuestra piel. La que a diario se descama, para perderse, para olvidarse en una sabana, para renovarse. Esa piel que a pesar de eso nunca olvida.
Así como nosotros jamás olvidaremos esta entrañable etapa, donde hemos aprendido de todo y de muchos. A la que un día llegamos con un puño de ilusiones en el bolsillo, con la intención de volver a casa con ese puño transformado en éxitos.
¡Hoy es momento de tomar nuestras maletas y volver! El sueño concluyó.
Hoy otras pieles nos llaman, es hora de atender a éstas, es hora de descifrar sus grandes misterios, con la seguridad del conocimiento adquirido, con la seguridad de tener siempre el respaldo de nuestros maestros.