Orozco-Covarrubias ML, Saéz de Ocariz-Gutiérrez MM, Palacios-López C, García-Romero MT, Durán-McKinster C
Dermatol Rev Mex 2017 noviembre;61(6):529-532.
Servicio de Dermatología, Instituto Nacional de Pediatría, Ciudad de México.
No considero ser yo (María de la Luz Orozco-Covarrubias) la persona más indicada para escribir un obituario acerca del Dr. Ramón Ruiz-Maldonado. Siendo honesta, nunca lo consideré y, por supuesto, nunca me pasó por la mente que me lo solicitarían, de manera que fueron las circunstancias las que me alcanzaron.
Al Dr. Ruiz-Maldonado lo recordará cada quien de acuerdo con su experiencia, pero, sin duda, su lugar está con los grandes maestros, sus enseñanzas fueron más allá de la dermatología pediátrica; su sabiduría, experiencia, visión, actitud formaron seres humanos diferentes.
Su curriculum vitae es más que suficiente para su obituario, pero me niego a usarlo, también me resisto a idealizar a quien ya no está con nosotros. Por lo que en estas líneas diré en esencia lo que le dije al Dr. Ruiz-Maldonado en dos homenajes de los que en vida se le rindieron y tuve la honra de participar.
El primero fue realizado por la Academia Mexicana de Dermatología, A.C., el 16 de enero de 2010, en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México. Mi participación fue como Coordinadora del Homenaje al Dr. Ramón Ruiz-Maldonado, copio aquí lo que leí como introducción:
“El Dr. Ruiz-Maldonado es mi maestro máximo, tenerlo como tal es un regalo de Dios. A donde yo he llegado en mi vida profesional es gracias a él; no tengo la menor duda, soy una persona privilegiada. Sé que en el tiempo que me quede de vida no tendré acceso a otro ser de semejante naturaleza… El Dr. Ruiz-Maldonado es irrepetible, al nacer él, se rompió el molde. Gracias maestro por hacerme parte de usted.
“Sin embargo, quiero decir que mi regalo de Dios y mi privilegio no serían completos sin usted Dra. Tamayo, su molde también se rompió. Gracias maestra por darme todo de usted.”
Considero que no hay seres humanos perfectos, pero sí hay seres humanos únicos.
Hasta antes de: “Considero que…” lo escribí en 2004 (año en el que el Instituto Nacional de Pediatría le rindió un homenaje al Dr. Ramón Ruiz-Maldonado) por si me solicitaban una palabras… no fue así, el papelito doblado en mi bolsa del pantalón vio la luz casi seis años después, su vigencia al día de hoy no ha caducado.
El segundo homenaje fue realizado por el Colegio Mexicano de Dermatología Pediátrica, A.C., el 6 de junio de 2015, en el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México. El título de mi ponencia: “El maestro, la experiencia de una alumna”; el subtítulo: “El maestro, la experiencia de una ególatra”. Me disculpé de antemano por tanta egolatría, mi único objetivo: mostrar la magia que sólo los seres superiores pueden ejercer en un ser común.
Siendo residente del tercer año de Pediatría del Instituto Nacional de Pediatría, impresionada por la facilidad con la que nos daban el diagnóstico de los niños con alguna dermatosis en el servicio de Dermatología, externé que quería “hacer derma”, la respuesta: ¡imposible!, entre otras razones porque el Dr. Ruiz-Maldonado no recibe a “nacionales” y yo era “X”, nada más lejos de la verdad, hice los trámites, incluida una entrevista de unos cuantos minutos y semanas después el Dr. Ruiz-Maldonado me vio en alguno de los pisos y sin más me dijo que había sido aceptada ¡siempre fue directo!
El Dr. Ruiz-Maldonado normalmente estaba sentado en su oficina (cuando yo llegué al servicio) y todos los días llevábamos niños a valorar, era de terror, su presencia me imponía… Tardaba unos segundos en levantar la mirada y típicamente decía “a ver hija…”, pues traigo a este niño con esta dermatitis…, “bueno –decía él– es importante usar los términos adecuados, esto es una dermatosis… de una forma tan natural, que uno ni se sentía mal, era una de sus formas de enseñar.
Su genialidad y su memoria privilegiada eran únicas, la mayor parte de los casos de los que no teníamos la más remota idea del diagnóstico, él veía al niño y se levantaba, tomaba un libro o buscaba en su archivero o sobre su escritorio un artículo o abría un cajón de su escritorio para sacar una diapositiva y nos lo daba, ¡lo que leíamos o veíamos era igualito al caso en cuestión!
El Servicio de Dermatología del Instituto Nacional de Pediatría era un mundo aparte dentro del Instituto, totalmente desconocido para mí, era difícil pensar que seguía en el mismo Instituto; bajo la dirección del Dr. Ruiz-Maldonado siempre fue armónico, de oportunidades, productivo, de equipo… La responsabilidad y el compromiso de sus integrantes eran automáticos. El Dr. Ruiz-Maldonado no tenía que mostrarse explícitamente como el jefe, era un líder natural, sin alardes, aun hoy no podría explicar cómo lo hacía, desde su oficina sabía todo de su servicio y de su personal.
Al llegar me fue entregado el programa que debería cubrir en mis tres años de residencia, yo en mi vida había dado una clase. Luego comprendí que la obligación de preparar y dar clases tenía diferentes objetivos, uno de ellos era enseñarnos a preparar y dar ponencias. Siendo residente del segundo año, el Dr. Ruiz-Maldonado me dijo que yo iría a un congreso a dar dos conferencias en su lugar… seguro mi expresión hizo que me dijera “sí hija, tú ya estás lista, claro que lo vas a hacer bien.”
Un día el Dr. Ruiz-Maldonado me llamó a su oficina y me propuso ir todas las tardes a su consulta, me dijo el horario y, por si fuera poco, el ofrecimiento de cuánto ganaría… y yo tuve la desfachatez de preguntarle si podía pensarlo… Lo peor fue después, mi respuesta –aunque apenas podía “articular palabra”– fue que si yo iba a su consulta no podría estudiar, etc., etc.; él levanto la mirada y viéndome sólo dijo “¿sí Luz?” y luego agregó (mientras yo me daba por acabada): ¡me parece muy bien! No fue mi fin, por el contrario, iniciaron y se sucedieron las propuestas para escribir, publicar, participar en sus protocolos de investigación, etc. Antes de terminar el primer año de la residencia ¡ya tenía mi primera publicación! Y además ¡como único autor! El Dr. Ruiz-Maldonado era grande, el don de enseñar, guiar, motivar sin atisbo de egoísmo e inseguridad era suyo.
Mostré también evidencias del camino que seguía un trabajo desde mis escritos a mano hasta su publicación con las correcciones del Dr. Ruiz-Maldonado, eran “toquecitos”… que nada más lo transformaban… Y, sin embargo, me ponía de repente alguna notita como “muy bien hecho, felicidades” (con su firma). Para sus viajes se volvió habitual la pregunta ¿qué me vas a dar a revisar en el viaje hija?
El tiempo es implacable, estaba a punto de terminar la residencia y un día, sin más, el Dr. Ruiz-Maldonado me dijo que hiciera una lista de los trabajos que había hecho y su
estatus, cuando se la llevé ni siquiera la volteó a ver, su respuesta fue “bueno”… Después de unos días, sin más, salió de su oficina, le dijo a la Dra. Tamayo “vamos Lourdes” y luego a mí: “acompáñanos Luz, trae tu lista y tu programa (con firma y fecha de cada clase dada)… ¡Me llevaron a la dirección! El Dr. Ruiz-Maldonado, con esa autoridad incuestionable que ejercía, le dijo al director “aquí está su programa terminado cuatro meses antes y los trabajos que ha hecho, yo tomo la plaza de investigador, Lourdes de jefe de servicio y Luz de adscrito”, fue así como me dieron el sueño que nunca me atreví a soñar.
Antes de tener un año de adscrita me dijo que preparara mi curriculum para que lo evaluaran los Institutos Nacionales de Salud, resultado: Investigadora en Ciencias Médicas.
A pesar de no haber estado con él en su consulta, un buen día me llamó y me dijo que si lo cubría en su consultorio (seguía viajando mucho)… Siempre respeto lo que estableció, que era increíblemente espléndido. A la hora de las cuentas era claro, rápido, objetivo.
Siendo mi segundo año de adscrita, me dijo de una invitación a República Dominicana que él no podía aceptar y me iba a proponer, propuesta que aceptaron (bastaba con que fuera su propuesta), ¡fue mi lanzamiento internacional y casi me infarto! La expresión al verme de quien lo invitó fue “por lo que veo se trata de una estrella juvenil”, después me invitó a mí directamente.
En mi tercer año de adscrita el Dr. Ruiz-Maldonado pasó a ser Investigador Nacional Nivel III y podía tener tres ayudantes… Me nombró como su único “ayudante de investigador”, todo el honor y todos los estímulos económicos para mí. Al terminar el máximo de tiempo que podía ser su ayudante su indicación nuevamente fue preparar mi curriculum; ahora para el Sistema Nacional de Investigadores, resultado: pasé de ayudante de investigador a Investigador Nacional Nivel I, así era el Dr. Ramón Ruiz-Maldonado.
Desde luego, no todo fue “felicidad”, me hizo sufrir una de las mayores angustias de mi vida profesional… El Consejo Mexicano de Dermatología por fin había aceptado certificarnos y “por ser joven” aunque fuera adscrita, tenía que presentar el examen, cuando le dije al Dr. Ruiz-Maldonado el estado de estrés en el que me encontraba, me dijo con esa su forma tan natural: “¿y a ti qué te preocupa hija?, tú sabes mucho más que eso”… El efecto en mí fue devastador, ya me veía yo defraudando su confianza… Afortunadamente “pasé”.
Cómo olvidar las confidencias, cuando ingresé a la Academia Nacional de Medicina, un día se asomó fugazmente a mi oficina y dejó caer una hojita en mis manos que decía de su puño y letra: “Luz, ¡felicidades! Entraste a la A. N. Med. Es confidencial” y su firma.
El terror que su persona me imponía era imaginario, no había razón, si hay alguien con quien se podía hablar, opinar, diferir, era con el Dr. Ruiz-Maldonado, era tan fácil, a mí me era natural.
Mostré el genotipo de la alumna (de la ególatra), mi genotipo dermatológico: 50% Dra. Lourdes Tamayo-Sánchez, la gran mujer… 50% Dr. Ramón Ruiz-Maldonado, el gran hombre.
Mi penúltima diapositiva fue para decirle “Trabajar con usted ha sido genial, todo un privilegio”, y la última, “Lo extraño por siempre”.
Debo decir ¡Descanse en paz Dr. Ramón Ruiz-Maldonado!, pero cerraré con algo que él escribió para terminar en 2004 un obituario al Dr. Fausto Forin Alonso: “La persona se fue pero permanece su recuerdo y su legado entre nosotros” y en 2006 un obituario a la Dra. Lourdes Tamayo Sánchez: “Su muerte lo aleja físicamente de nosotros, pero tal vez, para todos aquellos que tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo, su espíritu y su ejemplo seguirán presentes por muchas generaciones”.
¡Voto porque así sea!
Mi agradecimiento al Dr. Alexandro Bonifaz por entender mi letargia para escribir este obituario.