Dermatol Rev Mex. 2019 septiembre-octubre;63(5):539-452.
María del Carmen Padilla-Desgarennes, Roberto Arenas-Guzmán, Alexandro Bonifaz
En la Ciudad de México, el 6 de julio del presente año falleció el Dr. Pedro Lavalle Aguilar, médico dermatólogo, micólogo, ilustre académico y decano de la micología en México con trayectoria internacional.
Entre sus principales aportaciones están la clasificación, concepto y nomenclatura del micetoma. Asimismo, acuñó y definió el concepto de minimicetoma. Por otra parte, creó una clasificación clínica de la esporotricosis con fundamento inmunológico y precisó las características clínicas y terapéuticas de la cromomicosis y su experiencia con itraconazol.
Fue un maestro ejemplar, que contribuyó a la formación de múltiples generaciones. Tuve la fortuna de ser su alumna y orgullosamente lo considero mi padre micológico, ya que tuvo una gran influencia en mí, no solamente por su legado académico, sino también por su calidad humana, integridad, generosidad, amabilidad y empatía.
Al Dr. Pedro Lavalle puedo definirlo como un médico humanitario, que se interesó tanto por la enfermedad de sus pacientes como por su entorno. Fue un caballero distinguido, culto, generoso, que gustaba de la música clásica y el buen vino, viajero incansable y amante de la geografía y la historia, especialmente de las micosis. Debido a su profundo conocimiento y su gran facilidad de palabra, sus narraciones resultaban maravillosas, ya que no sólo eran entretenidas, sino que nos hacía participar de la historia.
Maestro, gracias por sus enseñanzas y, sobre todo, por considerarme parte de su familia. Le dedico estas líneas con profundo cariño, respeto y admiración. Descanse en paz.
María del Carmen Padilla Desgarennes
Centro Dermatológico Ladislao de la Pascua, Ciudad de México
El Dr. Pedro Lavalle fue un maestro tutelar en la micología para algunos cuantos, pues en ese tiempo no se había masificado la enseñanza y, como en la actualidad, hay pocos que están interesados en la micología. Fui su ayudante en el Laboratorio de Micología del Centro Dermatológico Pascua por más de diez años y, como a otros que se formaron con él, nos enseñó a conocer las características clínicas de las enfermedades por hongos, la utilidad del estudio epidemiológico y los tratamientos probados por la experiencia.
Llegué por accidente a su laboratorio, después de haber estudiado dermatología y ser leprólogo en León, Guanajuato, pues yo quería estudiar dermatopatología, pero esa plaza la ocupó una dermatopatóloga argentina y el Maestro Latapí me envió con el profesor Lavalle. El Dr. Lavalle tuvo una reacción adversa cuando vio que mi nombre lo colocaron en el directorio como micólogo. Le pasó el exabrupto y después de esa primera impresión negativa, me di cuenta que era una persona íntegra y culta, hablaba inglés y francés, era buen conocedor de nuestras raíces y costumbres, muy versado en gramática y nunca dejó de insistir en el adecuado uso del lenguaje, en especial en micología médica. En general, era una persona tranquila y apacible, respetuoso de la vida de los demás, pero también inquieto y vehemente, pero expresaba su capacidad de indignarse ante lo indebido y lo injusto.
En mis inicios en la micología colaboré con él en la determinación de reactores a la esporotricina y le ayudaba a tomar las fotografías clínicas de sus pacientes de micosis subcutáneas, como micetoma, cromoblastomicosis y la propia esporotricosis. Sin embargo, abandoné esta tarea porque era excesivamente meticuloso y yo era un joven inquieto, que sentía que no podía perder horas en esas actividades; también por ese motivo dejé la secretaría del Congreso internacional de micetomas que organizó en Taxco, Guerrero, en 1987.
Presenté junto a él algunas comunicaciones en congresos, pero pocas publicaciones en conjunto, pues era excesivamente detallista en la revisión de sus trabajos, así que desde muy pronto me di cuenta que seguiríamos juntos en el laboratorio, pero en actividades paralelas y no en trabajos en conjunto. Sin embargo, en 2001, accedió a colaborar en el capítulo en inglés de micetomas para Tropical Dermatology de Arenas y Estrada.
Uno de sus grandes amigos y maestros fue Franҫois Mariat, del que luego yo sería alumno por la decisión del propio Lavalle y el profesor Latapí, seguramente una de las etapas más importantes de mi vida profesional, al aprender con uno de los grandes de la micología mundial y de haber tenido la experiencia de vivir en otro país, aprender otro idioma y empaparme de la cultura francesa.
Con motivo de sus 50 años de vida profesional, el 12 de febrero de 1993 se le entregó la Medalla al Mérito Paul Janssen y en esa ocasión el profesor Mariat envió unas palabras de felicitación, y yo relaté sus datos biográficos. El 6 de octubre de 2000 fui invitado a Orizaba, Veracruz, a pronunciar una breve biografía en un homenaje similar al que le habían organizado en su ciudad natal 40 años antes. En 2002, a sus 84 años de edad y con motivo del homenaje que le hiciera el Dr. Rubén López Martínez dando nombre al Diplomado de Micología Médica en la UNAM, también pronuncié una remembranza y junto a Mary Carmen Padilla la escribimos en 2003.
Con su muerte se cierra un capítulo de la micología médica moderna que se inició en el Instituto Nacional de Enfermedades Tropicales con don Antonio González Ochoa, y del que también fuera alumno y colaborador el Dr. Lavalle. Los que de alguna manera participamos de este capítulo de la historia recordaremos siempre con afecto y agradecimiento haber tenido la oportunidad de este aprendizaje.
Roberto Arenas Guzmán
Miembro de la Academia Nacional de
Medicina, Ciudad de México
“La longevidad es la recompensa de la virtud”
Simone de Beauvoir
Si uno observa la fechas de nacimiento y muerte del maestro Pedro Lavalle se encontrará eso, más de 100 años, y literalmente como dicen en los pueblos “ésa es gente de buen madera”; el maestro llegó a esa edad y, me atrevo a decirlo, con gran lucidez, hasta ya muy entrado en sus 90 años platicaba con una certeza y descripción tan detallada de sus casos micológicos, de cómo había llegado al diagnóstico, de cómo se habían curado o tenido un desenlace letal.
Como lo han narrado los doctores Padilla y Arenas, el Maestro fue un personaje mexicano y mundial de la dermatología y la micología.
Recordando ese juego mental de tratar de definir al Maestro con una sola palabra la que encuentro en él es la de perfeccionista o minucioso, realmente se detenía en cada detalle, lo armaba de la manera más completa, esa propiedad ahora la veo como una auténtica arma de doble filo, por un lado, lo que deja terminado como un artículo o una presentación queda realmente perfecto, pero, por el otro lado y debido a la perfección, muchos trabajos se iniciaron, pero pocos se concluyeron y, como diría el Dr. Raúl Cicero, “pasaron a ocupar parte de la isla de los trabajos inconclusos”.
Al Dr. Lavalle la dermatología mexicana le debe muchas cosas, dejó un material extenso, trabajo epidemiológico de todas las micosis con afectación cutánea, muy en particular en las de implantación. Junto con Mariat dieron a conocer una rica casuística de diversas micosis y gran número de casos clínicos.
Quiero solo recordar un hecho que estoy seguro define perfectamente la personalidad y trabajo del maestro Lavalle, un día llegó al Centro Dermatológico Pascua una paciente de más de 70 años, provenía, según recuerdo, de un pequeño poblado del centro del estado de Michoacán, la paciente mencionó que vivía cerca de Tepalcatepec, en la Tierra Caliente. Clínicamente manifestaba una placa verrucosa crónica en la frente, que podía tener muchos diagnósticos (síndrome verrugoso); se tomaron algunos exámenes directos y el buen Samuel Reynoso (el brazo derecho del Maestro y de quien todos aprendimos la micología práctica) nos dijo: “esférulas”, sí, efectivamente, una coccidioidomicosis cutánea. A partir de ahí empezó un extenso interrogatorio, digno de cualquier detective de la más alta calificación y la ubicación del poblado con exactitud milimétrica. ¡Lo que es una excelsa anamnesis!
La paciente venía de un pequeño recodo que hace el río del Tepalcatepec (“que guarda muchos tepalcates, o pedazos de alfarería”), la ranchería se llama El Bejuco, se dedicaba a tejer canastas hechas de vegetal, quizá algunas de ellas del propio material de bejuco, ella recordaba que se había escoriado con una de las ramas hacía unos años. Ante la insistencia del interrogatorio, supimos que ella tenía nueve hijos, que algunos de ellos habían migrado a Estados Unidos, pero que ella jamás había salido, que justo éste era su segundo viaje, antes lo había llevado a Uruapan en búsqueda de una solución terapéutica.
El hongo se aisló e identificó como Coccidiodes immitis y, por cierto, aprendimos de la peligrosidad de éste. Justo en el laboratorio nos platicó cómo había diagnosticado los primeros dos casos en México, el primero de un paciente con múltiples lesiones ulcerativas y el segundo fue una forma pulmonar de él mismo, que por la aspiración de los conidios adquirió la enfermedad y fue tratado con anfotericina B.
Todo esto nos dio varios conocimientos: de la coccidioidomicosis cutánea primaria, de la existencia de un foco autóctono en el centro del estado de Michoacán y de su posterior manejo clínico-terapéutico.
Poco después de la llegada de la paciente, el Maestro organizó un viaje hacia Tepalcatepec-El Bejuco, travesía que primero hizo en autobús y la llegada a la ranchería fue en burro; ahí se hizo un extenso estudio epidemiológico, la recolección del material como paja y el estudio de diversos instrumentos (que en ninguno pudo aislarse el hongo).
Cuando el Maestro hizo la presentación del caso clínico, el relato fue de una manera tan detallada y precisa que a nadie se le olvidará, así, así estudiaba sus casos clínicos y, por cierto, desconozco si el caso fue publicado o, bien, quedó inconcluso.
Creo que todo esto es un buen ejemplo de la personalidad del Maestro, que además tenía un gran respaldo de extensa cultura y educación.
Sin duda alguna, el maestro Lavalle deja un gran legado micológico y quienes somos sus gemas lo atesoramos en gran medida.
¡Descanse en paz!
Alexandro Bonifaz
Hospital General de México