Celebration of the life of Master Don Mario Magaña Lozano (1924-2015).
Dermatol Rev Mex. 2020 marzo-abril;64(2):223-234.
Mario Ramón Magaña-García
Director Médico del Hospital General de México Dr. Eduardo Liceaga, SS, Ciudad de México, México.
El Maestro Don Mario Magaña Lozano (Figura 1) nació en la Cuidad de México el 5 de febrero de 1924, en el seno de una familia de médicos y abogados de origen yucateco, sin presiones económicas.
Su abuelo paterno, Don Ramón Magaña (de quien heredé mi segundo nombre), era profesor de historia en Mérida, Yucatán, hombre culto y progresista, tuvo la sabiduría de enviar a sus hijos a estudiar a la entonces Universidad Nacional, en la ahora Ciudad de México (CDMX), antes Distrito Federal. Llegaron los cuatro hermanos Magaña: Amílcar, Ramón, Ulises y Conrado, en barco, de Puerto Progreso a Veracruz y enseguida al Distrito Federal, los tres primeros a estudiar jurisprudencia y Conrado a estudiar medicina, en las respectivas escuelas situadas en esos tiempos en diversos edificios del centro de la Ciudad, alrededor de 1913. Todos destacaron en sus respectivos ámbitos. Pocos años después llegaron las hermanas: Olga, Hilda y Casandra. Es interesante recordar que el barco que hacía la travesía Progreso-Veracruz se denominaba “El Emancipación” y paradójicamente en aquellos años era más fácil para muchas familias enviar a sus hijos a estudiar a Francia, aquellos barcos salían de Sisal hacia Marsella, de ahí la amplia influencia cultural gala en Yucatán.
Su abuelo materno, el Dr. Adrián Lozano, era médico del Hospital Juárez y ejercía la medicina privada en su casa-consultorio de las calles de Varsovia, colonia Juárez de la CDMX; una de sus hijas, Dolores, estudiaba enfermería y obstetricia, así conoció a Conrado como estudiante de medicina y formaron su familia, constituida por Mario, Amílcar y Lourdes. La señora Dolores Lozano ya tenía dos hijos: Luis y Miguel, frutos de un matrimonio previo.
Su padre, el Dr. Conrado Magaña Mezo (Figura 2), se interesó por la pediatría y concentró sus esfuerzos en esta rama de la medicina, que ejercía exitosamente en su consultorio situado en las calles de Palma del centro de la CDMX; además, fundó y desarrolló los Laboratorios Pediatría, una empresa farmacéutica también bastante exitosa que ocupaba su edificio en las calles de Cuernavaca, en la colonia Condesa de la CDMX, como socio con su entrañable amigo y colega el Dr. Alvar Carrillo-Gil, igualmente pediatra de origen yucateco, muy interesado asimismo en la pintura (un museo de la CDMX lleva su nombre). Ambos eran muy activos también políticamente y junto con un grupo grande de otros intelectuales lucharon por la no separación de la península de Yucatán respecto del resto de la República Mexicana.
Con la influencia de un abuelo médico, su padre médico y su madre partera, naturalmente Mario Magaña Lozano elige esa carrera e ingresa a la entonces Escuela de Medicina situada en el hermoso edificio de las calles de Brasil y Venezuela, en el ahora Centro Histórico de la CDMX en el año de 1943 y se recibe en 1948 (Figura 3), firma su título el Rector Luis Garrido. Por influencia de su padre se forma como pediatra en el flamante Hospital Infantil, inaugurado en 1943 con el Dr. Don Federico Gómez como director que fue hasta 1963. El joven Dr. Mario Magaña ya mostraba gran interés por la dermatología y Don Federico le invita a iniciar esa especialidad y a formar un Servicio en ese Hospital, como no estaban formalizadas las especialidades en nuestro país, el Dr. Magaña toma la decisión de prepararse en dermatología como médico externo del entonces Pabellón de Dermatología del Hospital General, invertía entonces la mitad de sus mañanas en cada hospital.
Es así como el Dr. Mario Magaña Lozano funda esta subespecialidad en México al inicio de la década de 1950; con el sismo de 1957 se derrumba uno de los edificios del Hospital Infantil y muchos de sus médicos son reubicados en otras instituciones, entre ellos el Dr. Magaña, quien decide permanecer en el Hospital General y así se desarrolla como dermatólogo general. Al iniciarse allí el Servicio de Pediatría en la década 1960-70, es invitado por la dirección y los pediatras a formar la Clínica de Dermatología Pediátrica, aún vigente y mucho más concurrida hoy en día.
Cuando años después resurgen los servicios en el Hospital Infantil, curiosamente llegan a atender ese Servicio de Dermatología Pediátrica dermatólogos generales egresados del Centro Dermatológico Ladislao de la Pascua: Ramón Ruiz Maldonado por pocos años (ya que el Dr. Lázaro Benavides lo invita a trabajar con él en el nuevo IMAN, ahora Instituto Nacional de Pediatría), continúa Guadalupe Ibarra por muchos años y enseguida Norma Violante por pocos meses, finalmente Carlos Mena, nuevamente un pediatra egresado de allí mismo, llega para cerrar un ciclo muy interesante de esta subespecialidad en el hoy Hospital Infantil de México Federico Gómez.
Llega el joven Dr. Mario Magaña Lozano al entonces Hospital General, cuna de la medicina en México alrededor de 1950 (Figura 4), se enamora del Hospital y no sale sino hasta los 85 años de edad; escala la entonces denominada carrera hospitalaria: médico externo (porque no existían las residencias médicas), médico adscrito en 1968, Jefe de Unidad en 1979, Consultor Técnico 1990 (precedido sólo por Latapí y Escalona) y Consultor Técnico Honorífico en 1995. A la vez, avanza asimismo en su trayectoria en la Facultad de Medicina de la UNAM por 50 años: como profesor ayudante, profesor adjunto (con Escalona) y profesor titular. En aquellos años el Hospital General era la única opción para formarse como dermatólogo y no como el residente de ahora, sino con la figura de médico externo, que aceptaba el Hospital General en sus diversos pabellones y el entrenamiento era sobre la marcha y sin remuneración económica: en la consulta, en hospitalización (el Pabellón de Dermatología ha sido el único en México con camas propias, inicialmente 32 y a partir de 1995 con 10) y en la enseñanza, naturalmente acercándose al maestro que se eligiera.
Pocos somos ahora los médicos que conocimos al Hospital General en su bellísima arquitectura original, yo, no tanto por mi edad, sino porque siendo un niño de 6 años, mi padre me llevaba de la mano los sábados, cuando tenía que ver a algún paciente hospitalizado; recuerdo muy bien que ya había yo decidido ser médico y cuando entré a ese hermoso conjunto de pabellones estilo francés me dije: yo voy a ser médico de este Hospital (Figura 4). Por desgracia, la “modernización” del Hospital General en el decenio de 1960 no fue muy afortunada.
El Servicio de Dermatología era dirigido por los maestros Fernando Latapí y Ernesto Escalona, jefe y subjefe, respectivamente, quienes formaron al primer grupo y por años subsecuentes a muchos otros grupos de dermatólogos en México, más por Escalona que por Latapí, ya que éste tenía entonces el “don de la ubicuidad”, pues era Jefe del Servicio y al mismo tiempo director del Centro Ladislao de la Pascua, entonces leprosario, situado en la calle Garciadiego, de la colonia Doctores. Por tanto, si acaso, venía sólo uno o dos días de la semana al Hospital General (Figura 5).
Fue así que Mario encontró en Ernesto a un generoso maestro y amigo entrañable de toda la vida (Figura 6), pero, además, se formó un grupo de amigos dermatólogos jóvenes que perduró por muchos años (Figura 7). Formaron la Asociación Mexicana de Dermatología, AC que pocos años después se fusionó con la Academia Mexicana de Dermatología, AC, con el Dr. Antonio González-Ochoa y el Dr. Oswaldo Arias, entre otros, con el fin de constituir un gremio con fines de estudio, difusión y enseñanza de la especialidad (Figura 8).
Don Mario Magaña Lozano se desarrolló espléndidamente en el Hospital General cuando esta institución pasaba por sus mejores tiempos, tenía 1600 camas, ahora y tras el sismo de 1985 tiene 1125 pero sigue siendo el hospital más grande América Latina. El Maestro Magaña era muy querido y respetado, a más de su consulta en el Pabellón 11 (ahora Servicio de Dermatología edificio 109), en donde atendía saturado de estudiantes y residentes, acudía a la dermatología pediátrica los viernes, más aún, interactuaba no solo en las sesiones con los patólogos, con los internistas, los reumatólogos, los oncólogos y con la mayor parte de los servicios; era lo usual que al solicitar las interconsultas a dermatología, los médicos de los otros servicios pidieran “que lo vea el Maestro Magaña o ¿ya lo vio el Maestro Magaña?”
Fue maestro de numerosas generaciones por más de 50 años; su vida hospitalaria se caracterizó por la puntualidad, el cumplimiento, la honestidad y el compromiso con sus pacientes, con sus alumnos y con su Hospital General, su casa de trabajo.
En cuanto a su producción científica, es muy relevante señalar que el primer libro mexicano de texto de dermatología fue escrito en 1954 por Ernesto Escalona con dos colaboradores: López-Yáñez y María García. Su segunda edición, en 1959, y subsecuentes ediciones ya con Mario Magaña Lozano, entonces el “Escalona-Magaña” era el libro de texto en la Facultad de Medicina y de otras escuelas y lo fue por más de 25 años con cuatro ediciones (Figura 9).
Más adelante, mi padre escribió su libro en colaboración conmigo tres ediciones: 1984, 1986 y 1991, por Méndez Editores (Figuras 10 y 11). En 2003 escribimos juntos otro libro totalmente nuevo y diferente, coeditado por Editorial Médica Panamericana y la Facultad de Medicina de la UNAM, mismo que calificó por el Comité Editorial de la Facultad como su libro de texto, con su segunda edición en 2011 (Figura 12) y la tercera en preparación.
Recuerdo vivamente ver a mi padre en la biblioteca de su casa de Lomas de San Ángel Inn, leyendo y escribiendo, fue muy estudioso (más de libros, no tanto de revistas) y productivo, escribió además de los citados libros, numerosos capítulos para otros libros nacionales e internacionales y más de 130 artículos que se publicaron en diversas revistas nacionales e internacionales (Figura 13).
Si la Academia Mexicana de Dermatología (AMD) tiene a una publicación como su órgano de difusión es gracias a Don Mario Magaña Lozano; él creó la primera revista periódica de la especialidad en México: el Boletín Dermatológico (ya que Dermatología estaba dedicada a la leprología y era precisamente de la AMALAC), mismo que sostuvo de 1960 a 1972 en forma trimestral (Figura 14). En 1986 Latapí anuncia que se suspende la publicación de Dermatología, siendo yo secretario de la AMD, convoqué a las mesas directivas de la AMD y de la Sociedad Mexicana de Dermatología, AC (SMD), para tomar esa revista pues tenía ya un largo camino recorrido y era preciso rescatar. Nos reunimos en el restaurante La Pérgola y se decidió que hubiera un editor por cada grupo: Don Mario Magaña por la AMD y Amado Saúl por la SMD, con tres editores asociados de cada lado y un cuerpo editorial conformado por colegas de esa época, muy distinguidos la mayoría (Figura 15).
En 1998 nació el Colegio Nacional de Dermatología, AC, y publicamos Actas de Dermatología & Dermatopatología, la primera revista en la lengua de Cervantes dedicada a la dermatopatología y, claro, a la dermatología clínica en una proporción de 50% del material. Actas fue también la primera revista mexicana con un consejo editorial internacional, circuló de 2001 a 2009, con Don Mario como el editor emérito que nos guio magistralmente (Figura 16).
En su práctica médica privada mi padre fue también muy exitoso, con una amplísima clientela, tenía un modo afable, apacible y benévolo para establecer una excelente relación médico-paciente con sus enfermos. Juntos fundamos en 1984 un consultorio privado grande, con todos los servicios, inclusive un laboratorio de dermatopatología muy completo (Figura 17).
En su vida personal, Don Mario casó con Graciela García y Villegas (Figura 18), tuvieron y criaron a tres hijas: Graciela, Adriana y Carola, y a un hijo, de quienes vieron nacer a cinco nietas, cuatro nietos y dos bisnietos. Dos nietos de Don Mario: Pablo y Andrés consecuentemente son la quinta generación de médicos en la familia Magaña.
Mi padre disfrutaba muchísimo del jardín y la biblioteca de su casa de Lomas de San Ángel Inn, en donde gustaba recibir a sus familiares y amigos; en su casa de Morelos disfrutaba aún más a su familia, no solo ver a sus nietos correr en el césped o jugar en la alberca mientras platicaba con sus yernos y conmigo, sino también jugar ajedrez y tocar la guitarra o el sax. Al final de su vida y saberse disminuido, regaló a sus nietos sus instrumentos: su piano, su sax, su clarinete, su acordeón y sus dos guitarras (Figuras 19 a 21). Falleció en su casa el 26 de mayo de 2015 rodeado por su esposa, hijos y nietos.
Don Mario fue un padre cariñoso y protector, un abuelo amoroso, un maestro generoso, un médico ético, estudioso y comprometido, un amigo leal y muy amigo de sus amigos.